Partimos muy temprano de Montevideo con un día que no pintaba muy bien, a medida que rodábamos hacia el Este el tiempo se empezó a poner peor, mucho viento, un cielo nublado y la temperatura que había descendido.Cuando llegamos al Argentino Hotel ya habían competidores calentando por la rambla y nosotros debíamos levantar nuestros números y pasar por el baño, así que como ya es costumbre todo a contra reloj.
Arrancamos con mi compañero Pablo Caurla al final del pelotón zigzagueando entre otros competidores, hasta que al tomar la rambla a la altura del puerto el viento se puso de frente, entonces ahí la estrategia cambió. Comenzamos a ponernos atrás de pequeños pelotones tratando de atajarnos del viento y cuando nos sentíamos con fuerza picábamos y nos poníamos atrás de otro pelotón escalonando posiciones y luchando con ese viento que en algunas ocasiones nos bamboleaba las bicicletas, así que ni se imaginan como estaban nuestras piernas que ya a los dos kilómetros pedían piedad.
A los 3 Km giramos a la izquierda y se vino un ascenso de unos 300 metros bien empinado, yo pensé “si este es el comienzo que me espera a la mitad”, pero como siempre digo y pienso “por suerte Dios inventó las subidas pero también las bajadas”, así que sólo sería cuestión de tener paciencia y esperar ese hermoso y tan deseado descenso que diera un poco de tregua.Y así fue vino la tregua, solo que duró unos metros, pues nos metimos en un campo lleno de barro en donde había espacio apenas para un competidor casi todo en subida y donde todo el mundo caminaba. Pensé “esto de ir atrás de un montón de gente caminando me tiene aburrido”, ahí tomé mi bici nueva, con la cual todavía sigo de luna de miel, me la puse al hombro y corrí entre piedras, barro y chircas, pues no podía pasar a nadie por el trillo. Corrí como un caballo salvaje entre el ramerío y las piernas me quedaron más que como las de un caballo, como las de una cebra, todas rayadas de arriba a bajo.
Pero el esfuerzo valió la pena debo habérmele adelantado a unos 20 o 30 competidores.Salimos de ese campo que bordeaba el Cerro San Antonio, el cual deberá tener unos 3 km y tomamos un camino de balastro con un lindo y laaaaaargo repechito, miro para atrás y de mi compañero nada, así que decidí parar, bajarme e hidratarme un poco.
Al rato me pasaron Raúl y su compañero, con la típica cargadita mutua, entre Raúl y yo, atrás venía raudo mi compañero Pablo, rodamos un rato a un buen ritmo, pero confieso que me hubiese gustado andar un poco más rápido.Mi bici nueva en cada repecho dejaba a más de uno de esos competidores que habían largado tan cerca del arco. Sinceramente estaba en plena sintonía con esos cuatro fierros con una confianza ciega y esta leal compañera parecía hablarme y decirme ”dale metele que te acompaño” por si no se las presenté aún, es una HERMOSÍSIMA Zaskar negra, que hasta fetichista me está volviendo.Si será fiel y guerrera esta compañera que cuando tomamos una ruta importante que no se cual era, en una bajada me llegó a dar 63 Km/hora, mis piernas daban vuelta a esos pedales sin control a toda máquina y ahí pasé a otros competidores.
A todo esto iríamos a la mitad del recorrido, mi compañero me seguía a unos 100 metros hasta que me alcanzó y rodamos a buen ritmo hasta que el embale se nos vino al piso de un sopetón cuando entramos a un predio turístico que nos recibía con un camino de balastro que se perdía en las nubes y ahí estábamos nosotros, unos simples mortales con caras que hablaban por si solas.
Algunos suspiraban antes de empezar a subir, otros se tomaban algún trago de quien sabe que cosa, otros se quejaban , estaban también los que se reían y los que metían cambio como locos, lo cierto es que no escuché ni una voz de esas que dicen “vamo arriba”, “fuerza compañero“, etc., allí lo único que había era respeto y desánimo. Sinceramente la cuesta impactaba de solo verla, de hecho desde que corro después de la subida del Betete es la más complicada que me ha tocado.
En fin, comencé a trepar con paciencia y a pura fuerza y concentración, muchos se bajaron y poco a poco fui pasando de a poco a algunos competidores, tratando de no chocar de frente con alguno que ya había conquistado la cima y se mandaba a todo trapo por la bajada en sentido contrario.
Finalmente llegué arriba, con mi compañero unos metros atrás, no sobrado pero con energías suficientes como para largarme por esa bajada a todo trapo, ¡la vista era impresionante!, allí uno se siente por un instante un pájaro, ve todo ese verde allá abajo, los árboles parecen plantas y el cielo está ahí, parece como si bastase estirar un dedo para tocarlo.
Pero el idilio terminó y nos zambullimos en esa bajada espectacular de 700 metros aprox. con nuestro amigo el viento que se colaba en cada agujero.
Allí tan altos de la tierra con ese viento fuerte y las imágenes que pasan muy rápido a medida que descendemos, somos como águilas en busca de una presa, somos como una flecha que se adentra en el horizonte, somos pura libertad rodando por el mundo, un suspiro profundo, un respiro de placer que dura hasta el último metro de la bajada.
Cuando salimos de esa impresionante elevación seguimos rodando un rato y allá por el Km 25 cuando llevábamos de carrera 67 minutos (nada mal para lo que era el circuito) y a solo falta de unos 5 Km para terminar me doy cuenta que estaba pinchado en la rueda delantera.
Ahí nos bajamos y cuando íbamos a cambiar la rueda ninguno tenía herramientas para desenllantar, Raúl que venía atrás nos dio una y con esa y el mango del inflador como si fuera una llave sacamos la cámara, inflamos la cámara nueva, pero para colmo de males cuando sacamos el inflador rompimos la válvula sin opción a nada y sin que nos quedara ni una cámara extra.
Ahí nos bajamos y cuando íbamos a cambiar la rueda ninguno tenía herramientas para desenllantar, Raúl que venía atrás nos dio una y con esa y el mango del inflador como si fuera una llave sacamos la cámara, inflamos la cámara nueva, pero para colmo de males cuando sacamos el inflador rompimos la válvula sin opción a nada y sin que nos quedara ni una cámara extra.
Esa bicicleta parecía poseída por alguna fuerza extraña o el que se había esmerado en hacernos el embrujo andaba reclarito. Bue, allí quedamos totalmente varados, mientras nos pasaban esos buenos compañeros que nunca van apurados por los tiempos, al rato alguna pareja mixta, luego para darnos la última bofetada las parejas de los padres con los hijos (hijos que no superaban los 10 años), ay ay ay noooooo aquello era lamentable faltaba que nos pasara alguna viejita con un carro de feria y de ahí salíamos directo para el psicólogo.
Yo pensé en seguir corriendo con la bici de tiro, pero decidimos esperar a que algún buen samaritano nos cediera alguna cámara, pero hete aquí que mi bici tiene válvula fina y todos traían válvula gruesa así que ya era cuestión de azar. Como un loco les gritaba a los que pasaban “¿VÁLVULA FINA, VALVULA FINA……?” y todos me miraban como diciendo “pobre desgraciado este”, por allá como a los 15 o 20 minutos apareció uno que sí tenía una cámara de válvula fina y pudimos salir del pozo.
Ahí le dimos con todo a puro empujón motivados por la bronca, por el escaso remanente de orgullo que nos quedaba y por la ansiedad de llegar y bajarnos de una vez de esas bicis. En esos últimos 5 Km pasamos a unas cuantas parejas con un viento de frente, ese que nunca falta en los últimos kilómetros con las olas que salían de la playa y nos mojaban como diciendo “tomen giles”.
Finalmente cruzamos ese arco en un tiempo oficial de 1 hora 40', quedando en el puesto 30 en nuestra categoría y en el puesto 98 en la general, de un total de 170, más allá de los 341 competidores que publicó la Revsta Uruguay Natural, dato este que llamó mi atención, pues si es en parejas el número debió ser par. ¡Muchachos hay que avisarle al planillero que las embarazadas no cuentan doble!.
¿170 x 2 igual ......341? mhhhh
Del otro lado de la línea esperaba la familia como siempre, lo que me hizo enfriarme un poco mientras escuchaba a mis hijos gritar “dale papi”, y bue no fue un lujete nuestro desempeño, pero llegamos al cobijo de esos abrazos sinceros y generosos LA MEJOR MEDALLA que un padre puede tener cuando cruza un arco.
¿170 x 2 igual ......341? mhhhh
Del otro lado de la línea esperaba la familia como siempre, lo que me hizo enfriarme un poco mientras escuchaba a mis hijos gritar “dale papi”, y bue no fue un lujete nuestro desempeño, pero llegamos al cobijo de esos abrazos sinceros y generosos LA MEJOR MEDALLA que un padre puede tener cuando cruza un arco.
Ver a mis hijos felices, sanos, orgullosos contentos por verme estuvo mejor que toda la carrera, fue lo más lindo que me pasó en la mañana, más que haber conquistado una cima que daba miedo, haber andado a 63 km/h, etc.
Cuando uno viene medio peleado con el mundo por el desempeño están ellos mirando repletos de goce, ¿QUE MÁS PUEDO PEDIR?, solo por ese simple hecho ya me siento un afortunado en esta vida entreverada.
Pablo Lapaz.
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