–Buenas tardes– dijo el más veterano de los visitantes.
–Buenos días– agregó la señora gorda de sombrero con plumas.
–La compañera va hablar por todos– dijo el flaco de gabardina marrón señalando al sombrero de plumas.
–En realidad, el que va a hablar por todos soy yo– interrumpió el veterano–. Por algo soy el mayor.
–Bien, comience– dijo el dueño de casa mirando disimuladamente su reloj pulsera.
–¿Sabe lo que pasa?– preguntó el veterano y enseguida él mismo se contestó–. Lo que pasa es que no estoy muy seguro de si debo hablar yo o debe hablar Carlos.
–No lo tomen a mal– dijo afinando sus labios el dueño de casa. Necesito saber a qué vinieron a nuestra consultora.–No lo tenemos muy claro– dijo una pecosa que había estado callada hasta ahora–. Estuvimos reunidos una semana entera para decidir si veníamos o no– agregó amagando a pararse y quedándose en el amague.
–¿Y qué resolvieron respecto a la visita?
–Nada. No hemos resuelto nada– dijo la señora que estaba abajo del sombrero. Todavía no hemos llegado a un acuerdo, así que algunos decidimos venir y otros resolvieron que no fuéramos a venir.
–Sigo sin entenderlos– dijo el pelado de traje, corbata y gemelos brillantes juntando las palmas de sus manos como si fuera a rezar–. Vamos a empezar de cero. Hagamos de cuenta que recién llegan ¿de acuerdo? Buenas tardes. ¿Los puedo invitar a tomar algo? ¿Té o café?– dijo el licenciado mientras se preparaba a pedir siete cafés por el intercomunicador.
–Café– dijo un petiso simpático de lentes grandes–. No, disculpe– agregó casi antes de terminar de decir “café”–. Después no duermo en toda la noche, mejor un té.
–¿Te convendrá?– preguntó la pecosa que daba la sensación de ser su esposa–. ¿Lo vas a tomas con azúcar o con edulcorante?
–No sé. Creo que con edulcorante. Déme unos minutos para resolverlo por favor, Licenciado– agregó el petiso mirándose las uñas y arrugando la frente como si en ese momento se las hubiera descubierto largas y desprolijas.
-¡Ah…pero ¿me están tomando del pelo?! ¡Alguien que me diga a qué miércoles vinieron por favor!– gritó el pelado saliendo de la compostura profesional y aflojándose el nudo de su corbata gris.
–¿Le explico yo? –preguntó la del sombrero con plumas mirando al licenciado que amagaba a llamar a la secretaria. Mire señor… nosotros somos indecisos. Tenemos dudas.
–Sí– dijo el licenciado– eso está muy claro, pero el consultorio del siquiatra es en la puerta de al lado– refunfuñó y con mucha calma se paró a abrir la puerta de su despacho.
–¡Noooo, un minuto más, por favor! Usted tiene que ayudarnos– suplicó un gordo de camisa a rayas y pantalón vaquero muy ajustado.
–¿Sabe lo que pasa? –volvió a preguntarse el veterano. Lo que pasa es que nosotros somos muchos más que los que ve. Vinimos en nombre de todos para que organice nuestra campaña política. O no. Es que no estamos seguros de si sería bueno.
–Decile todo– dijo la gorda del sombrero–. Explicale todo al señor.
-Nosotros habíamos pensado en formar el PARTIN o sea el Partido de los Indecisos– dijo y exhaló aire como si se hubiera sacado un peso de encima. ¿Sabe qué pasa?– intentó preguntarse una vez más.
–¡Claaaaro que es muy bueno!–interrumpió el dueño de la consultora advirtiendo un buen negocio–. ¡Claaaaro que es una estupenda idea! ¿Cuántos son ustedes?– preguntó volviéndose a sentar en su super sillón pulman.
–Alrededor de trescientos mil, señor– dijo el veterano.
–Nos parece–agregó el petiso simpático y de lentes grandes.
–¡¿Trescientos mil?! ¡Pero eso es un disparate!– gritó el pelado y los ojos le brillaron más que los gemelos.
–Nosotros calculamos que podemos sacar diez diputados y tres o cuatro senadores.
–¡Sííííí! ¡Claro que es una estupenda idea!– gritó el consultor mirando hacia Dios o hacia el ventilador de techo-. ¡Síííííí! ¿Cómo no se me ocurrió antes? ¡Acepto! ¡Sí, acepto!– dijo fuerte– antes de que acepte otra consultora– dijo despacio. Y más despacio aún agregó–: ¿hablaron de esto con alguien más?
–No. Es decir, sí– dijo la gorda con plumas–. Pusimos a votación ese tema en el último plenario pero todavía no lo hemos resuelto
–No se hagan problemas, señores– dijo el dueño de casa caminando y refregándose las manos–. ¿Cómo no me di cuenta antes? Miren, lo que ustedes plantean es perfecto. ¡El partido de los indecisos en el país indeciso! Acabo de darme cuenta de que ustedes son la mejor imagen del Uruguay que haya visto en toda mi vida.
–Lo entiendo pero no del todo– dijo el gordo de camisa a rayas.
–¡Claaaaro! ¡Ustedes son el Uruguay! ¡Toda la publicidad la haremos en ese sentido! En realidad ustedes no son indecisos; ustedes son lentos para tomar decisiones. ¡Eso es! Al final terminan decidiéndose… pero son mucho más lentos que los demás. ¡Ustedes nadan en una piscina de dulce de leche! ¡Eso es el Uruguay! Somos el país que no se decide a entrar a los mundiales hasta el último día. Somos el último país en resolverlo. En vez de pelear por ingresar al mundial ahora peleamos por ingresar al repechaje para tener una instancia más donde demorarnos unos días. Nadie ha pasado por tantos repechajes como nosotros. Una vez más este año seremos el último país en entrar o el último en quedar afuera del mundial. Nos tomamos nuestro tiempo. ¡Nacimos pa´repechar!
–Puede ser– dijo el veterano.
–¡Noooo! ¡”Puede ser” las laraira!– dijo el licenciado saliendo definitivamente de su compostura. Incluso creo que el nombre deberíamos escribirlo entre signos de interrogación. “¿Partido de los Indecisos?”– dijo como dibujando un cartel con sus manos en el aire– ¡Sííí, claaro que sí! La idea es dejar en duda inclusive la condición de indecisos. Si nos decidimos por ser indecisos habremos decidido algo y eso va en contra de nuestros principios. Hay que plantear la eterna duda de nuestra indecisión incluso en el nombre.
–O no– dijo el veterano.
–¡Somos el país que en un mismo año tiene inundaciones y sequías!
Nuestra indecisión climática no tiene goyete. Somos el único país con cuatro estaciones…en el día. A la mañana salimos bajo un diluvio y a la tarde tenemos 43 grados y no sabemos donde meternos el paraguas, las botas y el pilot — dijo el pelado caminando y anotando con un lápiz en una libretita.
–Puede ser–dijo el flaco–. A nosotros lo que más nos revienta son esos que enseguida se definen. Esos que siempre saben qué postre elegir, qué carrera seguir, qué ómnibus tomar y qué película sacar en el video club. Nosotros podemos quedarnos a vivir en el Video Club. Nosotros somos más bien de darle al control remoto. Siempre cambiamos por las dudas de que nos estemos perdiendo algo en otro canal. Y cuando encontramos algo pasable nos fijamos en qué canal está y por las dudas damos otra vueltita por todos los canales. Enseguida nos olvidamos cuál canal nos había gustado y nos acostamos tres horas después sin ver nada y con el dedo gordo como podrido, señor.
–O no, dijo el gordo-. Lo que pasa, señor, es que nosotros más que indecisos somos demorones para resolver. ¿Vio que dicen que los uruguayos siempre llegan tarde? ¡Es mentira! A ver si me entiende: en un cine con cien personas los que llegan tarde son siempre diez.
¡Somos nosotros! ¡El diez por ciento! Los trescientos mil somos los que llegamos a las oficinas y a los comercios cuando están por cerrar. ¿Vio que dicen que los uruguayos al único lugar que llegan en hora es a un entierro y eso siempre y cuando seamos el muerto? Es mentira. Somos nosotros, los trescientos mil los que entramos al teatro con la obra empezada, los que sacamos la credencial la última semana, los que entramos al estadio con diez minutos de partido. Es más, cuando vemos que vamos a llegar en hora, hacemos tiempo para no ser los giles que llegamos primeros. . Mire, señor, llegará el día en que los uruguayos sean divididos entre los que llegamos siempre tarde y los que les gusta hacer cola para todo. Los del medio se nos fueron muriendo, señor.
–Y más aún–agregó el veterano–: este país está hecho para gente como nosotros. Durante cien años los trenes pasaron con una hora de atraso para que no fuéramos a perderlos. Los espectáculos públicos no dan comienzo hasta que entramos los que llegamos tarde. Los que vienen a la hora de comienzo son castigados para esperar a los que llegamos fuera de hora. Las excursiones siempre salen tarde luego de tocar bocina cien veces llamando a los que nos dormimos, mientras los demás se congelan o se derriten esperando en los asientos del ómnibus. “Vamos a esperar cinco minutitos mas a Mengano y enseguida arrancamos”, dicen en todas las reuniones. Este es el país que inventó los 15 minutos de tolerancia en los partidos de futbol, cada vez que…
–Vamos a lo que vinimos– interrumpió la pecosa–. Propongo que hagamos un acto grande de cierre de campaña.
–Pero sin fijar ni lugar ni hora. Que cada uno vaya a donde se le ocurra y lleve una bandera de nylon transparente y carteles que digan “No tenemos claro quién PRESIDENTE” y “Andá a saber quién va AL SENADO” y “No se me ocurre quién a la Diputación”
–Puede ser– dijo el veterano.
–Definamos la posición de PARTIN sobre el Plebiscito del Voto Epistolar.
Yo creo que tendríamos que hacer un spot con la leyenda “¿Voto Epistolar? …PUEDE SER” y de fondo la canción de Jaime que dice “el que se fue no es tan vivo el que se fue no es tan gil”. Y que nuestros adherentes se decidan el día de las elecciones.
–Sííí, y al tipo que está escribiendo esto podríamos pedirle que termine la historia diciendo que finalmente ganamos nosotros y nuestro presidente no se decidió a asumir.
–No– dijo el petiso, mejor que termine el cuento diciendo que llegó el 25 de octubre y ninguno de nosotros se decidió a ir a votar.
–Yo prefiero un final abierto para que el lector piense un poco– dijo el politólogo
–Como que quedó sin resolver el final.–¿Sabe lo que pasa? — se preguntó el veterano–. Lo que pasa es que no creo que al tipo que está escribiendo esto le dé la cabeza para tanto.
–Psé, tiene toda la pintita de ser de los que se largan a escribir y después no saben cómo terminar– explicó el consultor.
–Me están subestimando– interrumpí con cierta molestia.
–No se meta, señor, éste es nuestro cuento– me gritó el petiso levantando su dedo índice.
–Es tu cuento hasta que yo quiera– le contesté ahora bastante molesto.
–Entonces terminalo de una vez– dijo el petiso parándose de la silla y sacándose los lentes.
-Callate cortito, no te olvides de que si sos un petiso simpático es porque a mí se me ocurrió escribir eso. Puedo borrarlo y poner que tenés cara de estúpido.
–Mirá que yo sé algunas cositas tuyas– dijo en tono amenazante.
–No me asustás– le advertí mientras el petiso se paraba y se iba del estudio dando un portazo.
–¡Lo hiciste salir! ¿Te crees que no nos dimos cuenta que lo hiciste salir porque iba a hablar de vos? ¿Sabés lo que te pasa? Que te quejás de la indecisión de nosotros pero vos hace rato que le venís dando vuelta al cuento y no te decidís a terminarlo. ¡Vos sos bien uruguayito también!- -dijo la petisa bastante enojada.
–Puede ser– les contesté.
Marciano Durán
Octubre 2009
Fuente: http://www.marcianoduran.com.uy/
No hay comentarios:
Publicar un comentario