miércoles, 24 de febrero de 2010

Corre por tu vida


Para algunos correr es una forma de socializar. Para otros es una forma de ganar pantorrillas. Y para otros es una forma extraordinaria de no pensar, una forma activa de budismo sin buda, una religión con un sólo mandamiento: salir a correr porque sí, para romper el viento con la cara.

Por Antonio Alvarez

Hace unos meses descubrí las propiedades de salir a correr. Me preparé dos años corriendo en cinta para poder hacerlo, pero sabía que hacerlo en piso duro –con todo el peso de uno encima- iba a ser una experiencia muy distinta.

Hasta entonces miré con curiosidad a la gente corriendo por la rambla.

En ese espacio que los urbanistas no se cansan de decir que es el más democrático de la ciudad, los corredores siempre me parecieron una secta aristocrática.

Miraba con admiración el uso intensivo de un espacio privilegiado. Creía además en el discurso médico de las endorfinas, en el poder alargar tu vida a cada paso.

En mi caso, correr no ha sido una forma de ascenso social ni un objetivo cardiorrespiratorio.

Fue más una salida terapéutica que una cosmética, un arrebato repetitivo más que una costumbre.

Lo mejor para una cabeza febril es poner el cuerpo en tal nivel de compromiso que sólo deba vivir en el aquí y ahora, en el simple acto de avanzar porque sí, porque no hay otro remedio.

Mi esposa me ve irme y volver todos los días sin comprender demasiado por qué mantengo esta insólita constancia y yo le contesto que corro por desesperación.

Ella cree que bromeo, pero es cierto.

Hablando con gente que practica el aerobismo desde hace más tiempo descubrí que el esfuerzo en espacios abiertos es algo más que un excelente calmante para aspirantes a cameruneses.

Es también una forma notable de management personal. ¿Cuántas veces el viento en contra te obliga a bajar la marcha para llegar a puerto? Mientras uno corre va planeando su recorrido a puro instinto como una hormiga arma su hormiguero.

Correr es además una forma muy nítida de ser humilde, de reconocer el inmenso poder de la naturaleza. El viento a favor y el viento en contra muchas veces es la diferencia entre la agonía y la felicidad momentánea.

Ejercitarte es establecer tus propios límites (otros te pasan como poste y uno termina aceptándolo estoicamente), reconocerte en tus improbables logros y saber que estás más solo que nunca en tu absurda meta de salir y llegar.

Es que correr por la rambla pone a prueba todas tus convicciones. Uno lo percibe en la mirada compasiva del resto de sus congéneres, en el matero melancólico, en los paseadores de perros, en la pareja que recién se está conociendo, en el gordo que se despatarra en los blancos de madera.

Todos parecen decirte lo mismo. ¿Qué estás haciendo? ¡El tiempo del pase a Italia ya pasó!

Debe ser cierto que se corre como se vive. Algunos trotes son elegantes o engreídos. Y están los freakies multicolores, los combativos a cara de perro, los que economizan movimientos, los que casi caminan, los que casi se arrastran, los voyeurs y los exhibicionistas, los fashionistas de estación y los descoordinados, que de ellos será el reino de los cielos. Verlos aletear es un aliciente para todos nosotros.

Los pesimistas militantes corremos pensando que esa será nuestra última gota de oxígeno. Cada día vuelvo a casa sorprendido porque pude sobrevivir a la experiencia, con la felicidad de los que tienen poco para ganar.

Algunas de las más insistentes ideas que he tenido en los últimos tiempos probablemente hayan surgido en esos momentos de soledad.

Cuando el esfuerzo subordina todos tus pensamientos es difícil darse cuenta. Pero al cabo de un tiempo uno sabe que esas decisiones provienen de allí, tienen su firma, guardan la cualidad nacida del esfuerzo al soberano botón.

Para bien o para mal se generaron durante ese paréntesis de 8 kilómetros diarios en los que uno es uno por un rato un ser adorable, sin repechos ni bajadas, sin ego, ni historia, ni lugar en el mundo.

Un tiempo en el cual uno es uno sin prejuicios ni sentencias penales, uno es uno, en fin, con sus miserables capacidades aeróbicas intactas.


Fuente: http://www.observa.com.uy/Osecciones/ociudadano/Blog_nota.aspx?id=65890

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