martes, 6 de abril de 2010

Cronicas Gusanas


Escatología aplicada

Un día, volviendo de una carrera en Durazno (¿o era San Jacinto? ¿o Montes? mirá que hemos recorrido el Uruguay profundo con esto del running…) íbamos conversando en el auto y contando y volviendo a contar las mismas anécdotas de siempre: descripciones de lesiones insólitas en el tibial anterior o en un tendón del metatarso, relatos pormenorizados de récords personales en la media maratón de Tacuarembó, o explicación técnica de cómo las series de catorce pasadas de 400 metros en pista, a 1:30 y con 1 minuto de intervalo nos habían permitido mejorar los tiempos en 10km, todo eso se iba volviendo definitivamente muy aburrido. Tiré entonces un tema sobre la mesa en un arranque de espontaneidad casi suicida, y debo confesar que jamás imaginé el efecto que provocaría: ¿qué hacemos los fondistas cuando tenemos ganas de hacer caca durante una carrera? Los no corredores en algún momento siempre nos preguntan “¿qué hacés si tenés ganas de hacer pichí durante una carrera?”, a lo cual todos tenemos siempre alguna anécdota para contar acerca de cómo hemos regado plátanos, paredes, postes de UTE, entradas de garages o hasta cómo nos hemos agachado en medio de la muchedumbre de una largada de San Fernando para vaciarnos la vejiga sin pudor alguno (o con pudor pero las ganas eran tales que no nos importaba). Pero ¿qué hay de las ganas de hacer caca, ese insidioso, molesto y muy doloroso retortijón que te da vuelta las tripas, te provoca un sudor helado, te corta las piernas y te acalambra los glúteos de tanto apretar el culo? ¿Por qué no es un tema de conversación tan socialmente aceptado como el pichí?

No entraré en consideraciones filosóficas acerca de esta pregunta fundamental, aunque ganas no me faltan; a lo largo de mis años de trotamundos (con perdón de los amigos del mojón 8000), desde el oasis de In Salah en el Sahara argelino al Lago Chungará en el altiplano chileno, desde el campamento base del Cerro Fitz Roy en la Patagonia argentina hasta el monte Nemrut Dag en el Kurdistán turco, el encontrar un lugar suficientemente despejado de presencia humana y mínimamente confortable para movilizar mis intestinos ha sido un tema no menor de preocupación cotidiana. Sin embargo, nadie jamás me ha preguntado “y dónde cagabas?”; pero sí me preguntan la altura del cerro Fitz Roy o cuánto me costó y dónde compré mi sobre de dormir, o de qué procedencia era la metralleta del sargento que me hizo dar media vuelta en el medio de la ruta en pleno país kurdo. ¿Acaso no es un tema relevante?

Pero volvamos al auto. Apenas saqué el tema de la galera, se hizo un profundo silencio. Zás, me dije, metí la pata hasta el cuadril. No tenía tanta confianza con mis compañeros de viaje, iba a quedar como un siniestro y escatológico perverso polimorfo. Sin embargo y ante mi sorpresa, luego de transcurridos esos larguísimos segundos, todos empezaron a hablar al mismo tiempo: todos, absolutamente todos, tenían varias anécdotas para contar, y todos nos dimos cuenta que éramos seres humanos cagantes además de pensantes. Parece obvio, lo es menos.

Decidí entonces compilar algunos relatos hilarantes (al menos para mí) sobre el tópico. Aquí van, apenas novelados.

Me encontré con un Correcaminos a la llegada de la Maratón de Buenos Aires. Yo estaba radiante por mi récord personal, sentado en el cordón de la vereda de la 9 de Julio. El ya estaba bañando y vestido. Qué tiempo pusiste?? le pregunté con asombro no exento de envidia admirativa. Abandoné, me contestó apesadumbrado. Y me contó que bajando la Av. San Juan – si mal no recuerdo a la altura del km 25 aproximadamente – le vinieron unos retortijones espantosos. El muy inconsciente se había tomado una leche chocolatada en el desayuno, contraviniendo una regla fundamental: no ingerir nada diferente de lo que uno desayuna habitualmente antes de una maratón. Para peor, la leche chocolatada industrial no es algo particularmente liviano y dietético. El pobre Correcaminos se aguantó y se aguantó y se aguantó hasta que no pudo más. ¿Y qué hiciste boludo?? ¡¡¡Me bajé el short y me cagué todo!! ¿Ahí nomás en la vereda? ¡¡Síííííí!! Imaginen por un instante la escena siguiente: Doña María se va al almacén con su changuito de feria un domingo de mañana. Va a cruzar la Av. San Juan y se encuentra con un inesperado malón de corredores dementes. Putea en japonés, intenta colarse sin que le pasen por encima, y en medio de eso ve a nuestro amigo en la vieja y querida “posición inodoro” cagando en la vereda. Sin comentarios… La parte menos graciosa del cuento es que el desdichado Correcaminos se sintió tan mal –físicamente, entendámonos- que debió abandonar.

Corríamos no recuerdo si en Toledo o Progreso, creo que una media maratón del campeonato de la AAU. El integrante de la Ultima Fila venía aguantando unas persistentes ganas de cagar desde hacía varios kilómetros. En determinado momento las ganas se tradujeron en un rictus de dolor en su rostro y no aparecía nada que aparentara ser un boliche o una comisaría o un cuartel de bomberos y que pudiera tener un baño. Los vecinos habían salido a los jardines del frente y aplaudían con entusiasmo al paso de los sufridos corredores. El atleta levantó la vista, vio a una señora en la puerta de su humilde casa, y se tiró en palomita hacia ella. Le dijo “doña, necesito su baño” y sin dejar de correr ni esperar la respuesta de la doña, la apartó con el brazo y se mandó para adentro de la casa. Encontró el baño, se encerró, hizo lo que tenía que hacer, salió corriendo, le palmeó la espalda a la doña diciéndole “gracias doña” y volvió a la carrera. Siempre trato de imaginar lo que habrá pensado esa señora acerca del estado de salud mental de los corredores urbanos.

Nunca hubo tantos fondistas en la rambla aquella mañana del 1º de Mayo de 2007. Era prácticamente la última fecha posible para hacer una long run antes de la Maratón de Colonia, y la rambla de Montevideo contrastaba con lo desértico que estaba el resto de la ciudad. Comentando luego los pormenores de este último “fondo largo”, el Gusano le contó al Coyote que a la altura de la Playa de los Ingleses no se había aguantado más las ganas de cagar y bajó hacia la playa en busca de un árbol donde recostar su espalda y aliviar sus intestinos. ¡¡Yo también cagué ahí mismo ese día!! exclamó el Coyote, muy divertido. Entusiasmado, el Gusano le confesó entonces que no teniendo nada a mano que pudiera cumplir la función de papel higiénico, arrancó unas hojas del frondoso árbol y se limpió con ellas. Yo tampoco tenía papel, le dijo entonces el Coyote, devolviendo la confesión. ¿Y con qué te limpiaste? ¡¡Con las medias Nike!! El Gusano no se atrevió a preguntarle qué hizo luego con las medias, temiendo que la respuesta fuera 1) me las puse de vuelta, 2) las dejé ahí tiradas, o 3) me las traje en la mano hasta el Centro.

A modo de conclusión, algunas recomendaciones para los fondistas de larga distancia:

1) Salí siempre con papel higiénico. Te rompe las pelotas porque ocupa lugar, no sabés dónde llevarlo, te paspa llevar una riñonera solo para eso, y nunca lo vas a precisar. Pero el día que no lleves seguramente lo vas a lamentar, te lo garantizo.

2) Hacé siempre caca antes de salir a hacer fondo o antes de una carrera. ¿Que si no tenés ganas? ¡¡Hacé lo posible para tener ganas boludo!! Tomá un litro de Gatorade, o yogurt y café caliente, o leche de magnesia Philips, o Dulcolax perlas pero hacé caca.

3) Tené identificados los lugares posibles para casos de emergencia, sobre todo si se trata de un recorrido que hacés habitualmente cuando entrenás: estaciones de servicio (el baño de la Ancap ex Texaco de la Rambla de Malvín está muy bueno), boliches con buena onda (el parador de Rambla y Solano López es bárbaro, he mangueado desde el baño hasta un pedazo de pan en un ataque de hambre atroz), y también lugares arbolados y discretos.

Espero haberlos entretenido.

Le Gusain, o “el fondista cagón”.



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