La última del año.
Terminal de Piriapolis 21:50
El COPSA está atrasado, las dos viejas que están sentadas a mi lado, mientras miran extrañadas mi bicicleta desarmada, discuten si quedó cerrada la ventana de la cocina, esa por donde entran los gatos a desparramar la basura. Mientras comentan el atraso del ómnibus, cosa que parece normal para ellas. El Mp3 se quedó sin batería, no tengo más remedio que seguir escuchándolas.
El COPSA está atrasado, las dos viejas que están sentadas a mi lado, mientras miran extrañadas mi bicicleta desarmada, discuten si quedó cerrada la ventana de la cocina, esa por donde entran los gatos a desparramar la basura. Mientras comentan el atraso del ómnibus, cosa que parece normal para ellas. El Mp3 se quedó sin batería, no tengo más remedio que seguir escuchándolas.
Unos días de licencia al final del año me permitieron descansar un poco, necesitaba dormir, necesitaba pensar, necesitaba escaparme un poco de las responsabilidades, incluida la de escribir. Llega el final del año y siempre sentimos la necesidad de hacer un balance, que hicimos bien, que hicimos mal, y que dejamos de hacer. Así que esta semana me dedique a dormir hasta tarde y a terminar de leer un libro sin importancia.
Entre esas cosas que me había propuesto hacer desde principio de año era ir hasta Piriapolis y subir el cerro Pan de Azúcar, nada del otro mundo, pero siempre por una u otra razón no se daba la oportunidad. De modo que aproveché mi semana de descanso para viajar al Este. Sin ninguna planificación compré el pasaje y decidí llevar la bicicleta para usar el viaje como un día de entrenamiento.
Hay días en los que esta bueno correr acompañado, hay otros en los que es necesaria la soledad. Sin avisarle a nadie, cargué un poco de música en el Mp3 de mi hija, preparé un almuerzo liviano y una muda de ropa, llegué a Tres Cruces, desarme la bici y ante la atenta mirada del maletero, la guarde en la bodega del ómnibus sin que nadie la tocara, no por que cuide mucho mi bicicleta, sino para no dejarme influenciar por los billetes prolijamente doblados entre los dedos del maletero que esperaban una propina de mi parte.
En menos tiempo de lo que podría demorar ir del Centro a Colón un día normal en el 145, llegué a Piriapolis, una leve llovizna era la única compañía en la rambla desierta ese mediodía. Solo me cruce con una pareja de turistas japoneses tomándose fotos en la puerta del Hotel Argentino, me detuve unos segundos a apreciar la cámara de fotos que usaban, esto es un defecto profesional, hay quienes se le van los ojos atrás de una Ferrari, de un BMW o de un Mercedes Benz, a mi me pasa con las cámaras de fotos.
Cuando me miraron raro, como pensando que los iba a robar, proseguí mi marcha, dejé la rambla y tomé por la ruta 37 rumbo a mi destino, pedalee un rato, casi todo en subida y con viento en contra hasta que llegue en poco rato a la reserva de fauna a los pies del cerro.
Mientras comía algo rapidito para no enfriarme, consulte en el parador si me podían cuidar la bici, el gordo antipático y su compañera que atienden el local gastronómico me escupieron sutilmente, parece que no tenían lugar entre las sillas amontonadas que guardan en el fondo. Mientras puteaba me acerque a un funcionario de la reserva que me indico que en el serpentario había una guardia, fue así que la GT quedo cuidada entre víboras y serpientes.
Por supuesto que este era un día de entrenamiento por lo que la subida no iba a ser caminando como una viejita, un atleta con experiencia en dos Salomón debía subir corriendo. Treinta y cinco minutos después, bastante cansado y transpirado subía por la escalera caracol de 102 escalones los 35 metros de la cruz (no conté los escalones ni llevé un metro para medir, solo busqué en Google).
Antes de emprender el regreso, unos minutos de descanso para apreciar el panorama, que pese a la tormenta siempre es disfrutable, unos minutos para pensar en lo hecho durante el año, en los obstáculos que tenemos que sobrepasar y en los amigos que se van juntando en el camino.
La bajada también rapidito y cuidando las piernas, tomar la bici y volver a Piriapolis, el tiempo daba para seguir la vuelta, subir algún otro cerro y bajarlo a gran velocidad en dos ruedas. Un poco de adrenalina no venía mal.
Por último, la tarde me regalaba la playa desierta cubierta de piedras, y una siestita al sol para descansar. El agua estaba muy fría, pero me tenía que dar un baño sino quería que me bajaran del ómnibus. La soledad de la playa permite que me cambie sin pudor, guardo la ropa transpirada y me abrigo para ir a comer algo antes del viaje de regreso.
Llegó a la Terminal, desarmo la bici y mientras espero, dos dulces viejecitas se sientan a mi lado.
Pienso en lo ocurrido durante el día para usar esta historia como cierre de un año de crónicas, que es el final de mi año junto a quienes me leen, algunos se van al Tíbet a meditar, yo solo me tome un día en Piriapolis y lo comparto como siempre con quienes me siguen semana a semana.
A ustedes gracias por siempre estar ahí.
Terminal de Piriapolis 22:00
Final del viaje, emprendo el regreso. Subo al ómnibus de COPSA, me acomodo en el asiento 12 y reclino el respaldo para dormir la próxima hora y media. Cuando el ómnibus arranca escucho como, justo en los asientos detrás de mí, dos viejas rompe huevos empiezan una discusión de noventa minutos sobre que es mejor hacer al llegar a Montevideo.
1 comentario:
Tus crónicas siempre tienen el efecto de hacerme asentir con la cabeza como si un tic nervioso me atacara mientras dura la lectura...
... En este caso, sólo sonrisas y algunas lágrimas que quien sabe respondiendo a qué, brotan sin que les diera yo permiso...
... Chin!chin!!! Por un 2010 plagado de aventuras!!!!!
Publicar un comentario