sábado, 5 de julio de 2008

PEKÍN: antigua ciudad imperial, moderna sede olímpica

Pekín, la ciudad que acogerá los Juegos Olímpicos este año, es una urbe de contrastes. Modernidad e historia, caos y orden, riqueza y pobreza.

A primera vista puede parecer una ciudad desenfrenada, con atascos monumentales y grandes muchedumbres en los transportes colectivos. Pero sus callejuelas tradicionales, los hutong, rebosan paz y tranquilidad: en ellos el tiempo se detuvo hace décadas.

Siempre se consideró a la ciudad como una urbe tradicional y celosa de su historia milenaria, con monumentos, templos y barrios antiguos. Pero en los últimos años, especialmente al ser designada sede de los JJ. OO., se ha embarcado en un proceso de modernización que ha trufado la ciudad de las arquitecturas más vanguardistas del mundo, incluyendo rascacielos y estadios de aire casi espacial.

EL PEKÍN ANTIGUO.

Cada día más enclaustrado por los barrios de oficinas y residenciales, el antiguo Pekín, que rememora su pasado imperial, aguanta como puede los cambios que han traído las Olimpiadas y la especulación inmobiliaria. En el Pekín antiguo, tres monumentos son de obligada visita al viajero, pese a que estén abarrotados de turistas: la Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo y el Palacio de Verano.

El primero, palacio de los emperadores durante las dinastías Ming y Qing (desde principios del siglo XV hasta los inicios del XX), se encuentra en el centro de la ciudad, impasible al paso de años y revoluciones. Sus tejados dorados, que pueden contemplarse en todo su esplendor desde la Colina del Carbón (al norte), son el símbolo del poder que los emperadores chinos concentraron hasta 1911.

Construido entre 1406 y 1420 por orden del emperador Yongle, el inmenso recinto, de 720.000 metros cuadrados, es una combinación geométrica y cuadriculada de salones, patios, muros rojos y puertas de remaches dorados. De sus 9.999 habitaciones y sus decenas de patios, quizá lo más destacado es el gran recinto central, el Salón de la Armonía Suprema (Taihedian), cuyos adoquines y puentes evocan la oscarizada película "El Último Emperador", primera de Hollywood que pudo filmar el otrora prohibido y sagrado lugar.

Algo más al sur, después de cruzar la severa y gris plaza de Tiananmen (alma del simbolismo comunista), hacerse la foto de turno frente al célebre retrato de Mao y visitar su cuerpo embalsamado en el centro de la plaza, se encuentra el Templo del Cielo, uno de los parques más agradables de Pekín.

En el centro del parque se encuentra el Salón para Rezar por las Buenas Cosechas, donde los emperadores, tras ayunar, pedían a los dioses que fueran generosos con los campos de trigo y arroz del imperio. El edificio, de planta circular y tejados de intenso color azul, es otro gran símbolo de la capital china. Cerca de allí se encuentra el altar de mármol donde el emperador pedía un clima favorable a los dioses, y el llamado "Muro del Eco", donde se dice que una persona, en un extremo de la pared, puede oír los susurros de otra que se encuentre en el otro extremo.

El Palacio de Verano, en el noroeste de la ciudad, completa el trío de monumentos imperiales. Su estilo es diferente al de los dos anteriores, ya que es muy posterior, del siglo XIX. La residencia estival de los emperadores, mandada construir por la emperatriz viuda Cixi, es ahora un gran parque de 2,2 kilómetros cuadrados con un estanque surcado de bellos puentes y una pequeña isla en su centro.

Arquitecturas tradicionales en forma de templos, pabellones y salones imperiales se suceden en el lugar, que tiene detalles barrocos y occidentales propios de aquella época, los últimos años del imperio. Mención especial precisa el Gran Corredor, un espectacular pasillo de 700 metros decorado con más de 14.000 pinturas tradicionales.

El vistazo al Pekín tradicional no quedaría completo sin una escapada a las afueras septentrionales, donde serpentea la Gran Muralla. El tramo de Badaling, construido en la dinastía Ming (1368-1644), es el más visitado, al ser el más cercano, pero las vistas más espectaculares están algo más lejos, en Mutianyu y Simatai.

EL PEKÍN MODERNO.

Frente a ese Pekín milenario, y el neoclásico y sovietizado que nació en 1949 con el régimen comunista (plaza de Tiananmen, Gran Palacio del Pueblo, Museo Nacional), se erige poco a poco, cada vez con más fuerza, el Pekín del siglo XXI, con ideas prestadas de los grandes arquitectos de todo el mundo.

Se ve nada más llegar al aeropuerto pequinés, pues al viajero le recibe la moderna Tercera Terminal, diseñada por Norman Foster. Con forma de dragón de alas extendidas, techos de un rojo intenso e inmensos pasillos y cristaleras.

La vanguardia arquitectónica continúa en el norte de la ciudad, donde se encuentra la Ciudad Olímpica y la mayoría de los estadios para los JJ.OO. de agosto. El que primero llama la atención es el Estadio Nacional, más conocido como "El Nido de Pájaros" y obra del estudio suizo Herzog & De Meuron. Una trama de tiras de acero que está llamada a convertirse en una estructura familiar para todo el mundo, una especie de Museo Guggenheim pequinés. En su interior los atletas de todo el mundo se disputarán las más preciadas medallas de los Juegos.

A su lado, también espectacular, se alza el Centro Nacional de Deportes Acuáticos, para las pruebas olímpicas de natación, y con otro mote que le describe perfectamente: "El Cubo de Agua". El edificio, de la firma australiana PTW, es un gran prisma "azul piscina", con unas sorprendentes paredes esponjosas como burbujas, fabricadas con una sustancia plástica (etileno tetrafluoroetileno).

Al sureste de la ciudad, en el llamado Distrito Financiero Central, se encuentra otro foco de arquitecturas atrevidas para el tercer milenio. La más espectacular de todas es la futura sede de la televisión estatal CCTV, concebida por el holandés Rem Koolhaas. Una estructura formada por dos rascacielos oblicuos que se unen en lo más alto formando una gigantesca puerta retorcida, una especie de figura imposible que hubiera intrigado al mismísimo M.C.Escher.

Y para completar la colección de edificios de último diseño hay que volver al centro de la ciudad, junto a la Ciudad Prohibida y la Plaza de Tiananmen. Allí, como en desafío a las formas tradicionales de la zona, se encuentra el Gran Teatro Nacional, del francés Paul Andreu, edificio al que también le ha caído ya apodo: "El Huevo". Se trata de un gran domo ovoidal y acristalado, rodeado de un estanque, que acogerá en los próximos años a las principales óperas y orquestas del mundo.

ANTONIO BROTO.

EFE REPORTAJES.

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