En contraste con Pekín, que centraliza las decisiones políticas de China, Shanghai ha sido siempre, casi desde que nació como ciudad a mediados del siglo XIX, una especie de segunda capital, la del dinero y los negocios, cuyo carácter despierto, práctico y cosmopolita la ha llevado a encabezar la apertura del país en las últimas dos décadas.
Por eso, ante los Juegos, Shanghai no se quedará sin su parte de sueño olímpico, y en agosto podrá revestirse con el prestigio de acoger nada menos que nueve partidos de fútbol, incluido el que decidirá la medalla de bronce de la categoría masculina.
En comparación con otras ciudades de China, cierta preparación ante grandes eventos internacionales no le falta, ya que en 2010 acogerá la primera Expo Universal celebrada en un país en desarrollo, lo que está transformando la ciudad, con nuevas redes de transporte, barrios enteros derribados, miles de familias desplazadas y cientos de empresas desmanteladas para hacer sitio a la que espera ser la Expo más concurrida de la historia.
En octubre pasado, las instalaciones deportivas de la ciudad entera, una inmensa metrópoli con cerca de 20 millones de habitantes, acogieron los más grandes Juegos Olímpicos Especiales, una iniciativa privada para favorecer la integración de las personas con discapacidad intelectual, celebrados hasta hoy.
El mismo Estadio de Shanghai, donde se celebrarán este año los partidos olímpicos, acogió entonces una ceremonia de apertura espectacular, con estrellas en el escenario, cientos de artistas en coreografías masivas y su propio encendido de la antorcha ante 80.000 personas, en presencia del propio presidente chino, Hu Jintao.
Sucedió pocas semanas después de haber estado también entre las ciudades organizadoras del Mundial de Fútbol Femenino de 2007, y de acoger la final del torneo, que ganó Alemania a Brasil por 2-0 ante 34.000 espectadores, pero en el Estadio de Hongkou.
Por otra parte, la metrópoli oriental, origen de los dos principales iconos deportivos del país (el baloncestista Yao Ming y el velocista Liu Xiang), se sumó en los últimos años a varias citas anuales del deporte, como los Grandes Premios de China Fórmula 1 y Moto GP y la Copa Masters de Tenis.
"Cuando se construyó el estadio de Shanghai aún no se había decidido presentar la candidatura de Pekín como sede olímpica, y Shanghai también estaba considerando esa posibilidad", recordó durante una entrevista con Efe-Reportajes Shu Zhaoliang, subdirector de mercadotecnia de la oficina en Shanghai del Comité Organizador de los Juegos (BOCOG).
Según Shu, para Shanghai, que albergó los mismos sueños, acoger una parte del acontecimiento será igual de importante que para la propia Pekín.
La ciudad, cuyo nombre significa "junto al mar", aunque en realidad se encuentra a decenas de kilómetros del Mar de la China Oriental, era sólo un pueblo de pescadores hasta que los llamados Tratados Desiguales, tras las Guerras del Opio de mediados del siglo XIX, la convirtieron, desde 1846 hasta 1949, en una concesión colonial británica, francesa y estadounidense.
Shanghai no tardó en convertirse en uno de los principales puertos comerciales del mundo, donde se hacían y deshacían fortunas con rapidez y florecían el tráfico del opio, la corrupción, las mafias y la prostitución, hasta formar un "Chicago asiático" que pronto empezó a conocerse también como la "París del Este" o, sobre todo, como la "Perla de Oriente" e incluso la "Puta de Oriente".
"La prosperidad de Shanghai puede aumentar de manera indefinida", escribía el diario británico "The Economist" en 1931, y auguraba que "a finales de este siglo podría ser la ciudad más rica y próspera del mundo".
En su concesión francesa nació, de manera clandestina, el Partido Comunista Chino (PCCh) en 1921, allí comenzó su persecución por el gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek en 1927, por allí pasó la invasión japonesa diez años después, camino de la entonces capital, Nankín, y de allí tuvieron que escapar a Taiwán muchos partidarios de Chiang antes del triunfo de la revolución comunista en 1949.
Desde entonces la ciudad pagó sus excesos del pasado y su fama de lugar de perdición con una decadencia de varias décadas, aunque fue en Shanghai donde Mao Zedong, tras perder la confianza del PCCh por su desastre del Gran Salto Adelante (que causó hambrunas y cerca de 30 millones de muertos entre 1958 y 1963), se apoyó en sus partidarios locales para iniciar en 1965 una campaña para recuperar su influencia, que dio lugar a la Revolución Cultural (1966-1976).
En 1990 Shanghai abrió al capitalismo su inmenso distrito rural de Pudong, cuya zona económica especial atrajo a miles de empresas extranjeras, y dio lugar en sólo 18 años al barrio ultramoderno de Lujiazui, con cerca de 300 rascacielos de última generación, y a importantes parques industriales y de alta tecnología.
Toda esta historia ha conformado, en apenas dos siglos, la ciudad más abierta de China al mundo, con calles llenas de contrastes para el visitante, que encontrará cada vez menos barrios casi centenarios -los llamados "longtang" en dialecto shanghainés- y más edificios modernos de al menos treintena de plantas, entre ellos más de 4.000 con categoría de rascacielos, a menudo en una combinación abrupta y constantemente cambiante de tradición local y modernidad.
Lo primero que uno debe hacer en Shanghai es conocer el Bund, el antiguo malecón británico reconvertido en un turístico paseo fluvial (llamado en chino "Waitan", la orilla de los extranjeros), repleto de edificios coloniales al oeste del río Huangpu, y admirar desde allí la espectacular colección de rascacielos de arquitectura futurista que se alzan al otro lado del meandro.
Entre ellos están varios de los más altos del mundo, como la torre Jin Mao (88 pisos y 420,5 metros de alto), el Centro Internacional de Negocios Shanghai Hills (101 pisos y 492 metros, que se inaugurará esta primavera) y la torre de televisión Perla de Oriente (468 metros), las tres en Lujiazui y con un mirador en lo más alto que permite comprobar cómo Shanghai se extiende hasta el infinito.
La ciudad tiene además atractivos para descubrir durante días: desde los jardines clásicos de Yu Yuan, con reputación de estar entre los más bellos de China, rodeados de bazares con la estética urbana del este del país (muros blancos y tejados tradicionales de pizarra), hasta el Museo de Shanghai, que muestra la mayor colección nacional de arte chino, en plena Plaza del Pueblo, un enorme pulmón ajardinado en pleno centro, construido donde hasta los cincuenta estuvo el antiguo hipódromo británico.
Tampoco faltan los templos de interés, como el del Buda de Jade o el de Longhua, sitios históricos como la casa donde se fundó el PCCh, en la actual zona de copas de Xintiandi (el "Nuevo Cielo en la Tierra"), ni pueblos en las inmediaciones de gran belleza, aunque saturados de turistas, como la "Venecia oriental" de Zhouzhuang, en la vecina provincia de Jiangsu.
Con el primer puerto del mundo por volumen de carga y su posición dominante en el delta del Yangtsé, la zona más desarrollada, dinámica y atractiva para la inversión extranjera del país, la Shanghai que participará en estos Juegos Olímpicos sigue teniendo parte de esa fascinación que provocaba en su época dorada, cuando se le escribían canciones de jazz tan populares como "Ye Shanghai" ("Shanghai de noche"), que cantaba en los cuarenta la gran diva del momento, Zhou Xuan: "Shanghai de noche, Shanghai de noche, tú, ciudad sin sueño: luces deslumbrantes, ajetreo de coches, canturreo de canciones y bailes sin parar. Shanghai de noche, Shanghai de noche, ¡qué espectáculo de paz y riqueza!".
CÓMO LLEGAR.
Desde el extranjero es sencillo llegar a Shanghai, que cuenta con uno de los principales aeropuertos internacionales del país. Aunque no existen vuelos directos con España o Latinoamérica, sí es posible llegar a través de escalas en aeropuertos europeos (París, Helsinki, Londres, Fráncfort, Moscú, Amsterdam, etc) o de EEUU.
China Eastern es la línea aérea con base en Shanghai, pero muchas otras, la mayoría de las grandes compañías, operan allí vuelos internacionales.
Desde Pekín, lo más cómodo es tomar un vuelo de unas dos horas, que puede costar entre 1.000 y 2.000 yuanes (entre 100 y 200 euros, o 155 y 310 dólares). También cómodo, aunque algo más largo, es el tren, que cubre el trayecto de unas 12 horas generalmente de noche. Los coches cama de primera clase cuestan unos 500 yuanes (50 euros, u 80 dólares), y los de segunda, también cómodos, unos 300 yuanes (30 euros, uno 45 dólares).
Desde hace unos meses, también es posible viajar en "trenes bala", que cubren el trayecto en la mitad de tiempo, aunque su precio es elevado. Menos recomendable es hacer el viaje entre Pekín y Shanghai en autobús, aunque es posible hacerlo en unas 12 horas por unos 20 euros (unos 30 dólares). Los más pacientes también pueden arribar a Shanghai en barco, desde alguna de las otras ciudades costeras del Mar de China Oriental, o desde aquellas que, como la Perla de Oriente, están en la cuenca del río Yangtsé.
jad/rm
EFE REPORTAJES.
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