Por Eduardo Alperín
ESPNdeportes.com
La hazaña del Ñandú Criollo.
BUENOS AIRES -- Sucedió el 25 de enero de 1983. Es decir, hace 25 años. Ese día moría el legendario Juan Carlos Zabala, que cuando tenía 21 años fue capaz de darle al atletismo argentino y latinoamericano la primera medalla de oro olímpica en Los Angeles 1932.
Permanece indestructible a través de una constancia fotográfica, en la cual aparece exhausto, con una sonrisa de satisfacción dibujada en su rostro, como si fuese un rictus, mientras sus ojos empequeñecidos encierran la mirada acunando el sueño cumplido.
El Ñandú Criollo, tal como lo apodó el diario Crítica, comparándolo, por su velocidad, con el ave corredora habitante de las llanuras de su país, nació el 21 de septiembre de 1911, en Buenos Aires, aunque algunos dan a Rosario como su ciudad natal.
Sea en Rosario o en Buenos Aires, su infancia fue triste. Hijo de Manuel, desaparecido en 1917 durante la Primera Guerra Mundial, y de la también francesa Ana María Boyer, que falleció al enterarse del definitivo adiós de su marido, el pequeño Juan Carlos quedó bajo la tutela de su padrino, Don León Cabal, defensor de menores, y fue internado en la Colonia Reformatorio de Marcos Paz, hoy el Hogar Escuela Ricardo Gutiérrez.
Allí, se crió en la soledad de la orfandad. Allí, se distraía desplazándose rápidamente de un sitio a otro del establecimiento. Allí, un día, cuando ya tenía diez años, la mirada escrutadora de Alberto Regina, por entonces profesor de la Asociación Cristiana de Jóvenes, detectó sus cualidades y lo incitó a convertirse en un atleta y dejar de lado el fútbol, el básquetbol y la natación.
Según una versión, la decisión la tomó cuando tenía 15 años. La anécdota indica que mantuvo una discusión con un compañero y, antes que la situación llegase a un grado mayor, el responsable de la colonia dispuso resolver el pleito con un desafío en la pista.
La victoria lo hizo sentirse bien y fue el entrenador de la colonia Alejandro Stirling el encargado de guiar a Zabalita, como el técnico llamaba a ese jovenzuelo de 1,62 metros de estatura, 50kg de peso, poseedor de una enorme capacidad pulmonar y un entrega total a las exigencias del entrenamiento requerido a partir de ese momento.
Zabalita fue campeón nacional de 3.000 y 5.000 metros en 1929 y repitió en 1930, representando al Club Sportivo Barracas. Se consagró campeón sudamericano de 10.000 y subcampeón de 5.000, en la inauguración de la pista atlética de la Sección Jorge Newbery del Club Gimnasia y Esgrima, en Palermo, a principio de 1931.
Ese mismo año viajó a Europa invitado para correr en la famosa prueba de Berlín (Alemania), donde consiguió el segundo puesto detrás del finlandés Paavo Nurmi, el más grande fondista de entonces, conocido como "La máquina de correr".
Esa constituyó su tarjeta de presentación de una gira de seis meses por el Viejo Continente, durante la cual devoró distancias y se devoró 34 triunfos, entre los que se cuentan la maratón de Kosica, Checoslovaquia, en su primer intento de 42km, conseguido después de batir el récord mundial de 30.000 metros, en Viena, con 1h42m30s4/5.
Justamente la maratón de Kosica y el récord le hicieron decir: "Pienso que puedo ganar la maratón olímpica". Pero había un pequeño inconveniente. Zabalita no tenía la edad mínima exigida para participar en aquellos tiempos lejanos.
Stirling, entusiasmado por sus actuaciones, le pidió a Eduardo Ursini, presidente de la Federación Atlética Argentina, que solicitara un permiso especial al Comité Olímpico Internacional y el COI lo autorizó. Así, el 7 de agosto de 1932, el Ñandú Criollo, luciendo una remera blanca sin mangas, cruzada diagonalmente por una banda celeste con una letra A en el centro, partió con el número 12, dispuesto a ganar o morir.
Tal era su convencimiento que, según cierta anécdota, tomó todo el dinero que poseía y le pidió al nadador Alberto Zorrilla que lo apostase a su favor. A esa altura, habían prohibido la presencia de Paavo Nurmi, el gran favorito, por supuestamente haber percibido dinero en una de sus actuaciones.
"Corre tranquilo, no entres en la lucha del primer y cuídate del juego de los finlandeses", le indico Stirling.
Zabala siguió los dictados del corazón y se prendió en la lucha desde el principio. Los nórdicos Virtanen y Taivoden corrían juntos, y en muchos momentos se desenganchaban para arrastrar a Zabala. A veces alguno pasaba a la punta, pero el Ñandú la recuperaba.
Stirling se desesperaba, al ver que su pupilo iba consumiendo sus últimas energías, le gritaba y hasta le pareció ver salir espuma de su boca.
"En las ultimas esquinas Zabala parecía no escucharnos, corría como si estuviese inconsciente. Nosotros pensamos que se quebraría. Cuando lo vimos por última vez venía segundo, a unos 100 metros del inglés Sam Ferris. Faltaban unos 5km. y nos volvimos al estadio pensando que ya no tenía reservas para llegar. Es que lo veíamos exhausto, sin fuerza para la arremetida final...", escribió posteriormente Ursini.
Cuando vieron que Zabalita venía adelante cuando ingresó al estadio y con ritmo sostenido se alejaba del ingléss, el grupo, en el que también estaba Zorrilla, empezó a gritar alborozado e invadió la pista para abrazarlo. Las crónicas de la época aseguran que se había desmayado por el esfuerzo.
Con el paso del tiempo, el propio Ñandú se encargó de dar otra versión: "Mucho se habló de ese desmayo, pero la verdad de lo ocurrido es que el boxeador argentino Carmelo Robledo (ganador del oro, como Alberto Lowell, en esos Juegos), por el entusiasmo, me arrojó un banderín que tenía empuñadura de bronce pegándome en la cabeza".
Zabala fue el vencedor más joven de la historia de esta prueba olímpica , y el primer maratonista en subir al lugar más alto de un podio, tipo de ceremonia que se estableció en los Juegos de Los Angeles.
En su carrera, ganó otras tres veces una maratón. Fueron en Helsinki, Viipuri (Finlandia) y Odense (Dinamarca). No festejó en los Juegos de Berlín 36, porque abandonó a los 35 kilómetros, aunque finalizó sexto en los 10.000 metros. Además, logró el récord mundial de los 20.000, en Munich, en 1936 y se convirtió en el primer atleta sudamericano en correr los 5000 metros en menos de 15 minutos (14m55s8/10), en Buenos Aires, en 1932.
Se retiró en 1939, tras haberse adjudicado más de 300 certámenes. Emigró a los Estados Unidos después del golpe militar de 1955. Allí residió durante dos años y atravesó numerosos problemas económicos.
Cuando regresó al país tuvo el gran disgusto de su vida: unos ladrones le habían robado la medalla dorada olímpica de Los Angeles 32, que guardaba en su casa.
"Si eso sirve para calmar el hambre de alguien, el robo me duele menos", constituyó la reacción de aquel huérfano surgido de una colonia, donde le inculcaron el amor al deporte. Un deporte y un país incapaz de brindarle el merecido reconocimiento. Salvo en 1980, cuando la Fundación Konex le entregó el Diploma al Mérito (Atletismo) y lo distinguió con el Konex de Platino.
El resto lo ignoró. Los organizadores de los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984 lo invitaron para largar la maratón en el mismo estadio donde él había triunfado 52 años antes, pero la muerte le quito esa satisfacción al caballero que nunca sacó provecho de aquel éxito y sólo apuntó con humildad al desarrollo del atletismo argentino.
A pesar de la indiferencia y del olvido, Juan Carlos Zabala, el Ñandú Criollo, aparece exhausto, con una sonrisa de satisfacción dibujada en su rostro, como si fuese un rictus, mientras sus ojos empequeñecidos encierran la mirada acunando el hermoso sueño cumplido. Simplemente, porque las hazañas nunca mueren.
Eduardo Alperín es periodista deportivo desde 1958. Fue prosecretario de deportes del diario La Nación de Buenos Aires y cubrió los Juegos Olímpicos de Montreal 76, Moscú 80, Los Angeles 84, Seúl 88, Barcelona 92, Atlanta 96, Sydney 2000 y Atenas 2004. Fue jefe de prensa del Comité Olímpico Argentino entre 1995 y 2002. Actualmente, cubre el área de prensa de ESPN Sur y es columnista de ESPNdeportes.com. Consulta su archivo de columnas.
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